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Influencers

Romper con los estereotipos

04/12/2019
Son actuales, son tendencia, hay que buscarlos e imitarlos, son influencers. 
Su fama se mide por el número de personas a las que gustan, son los nuevos gurús, o eso nos hacen creer.
Comentamos el daño que pueden llegar a hacer, la poca personalidad de quien los sigue o la información sesgada e irreal que se recibe de ellos.
Nadie con una edad y cierta dignidad admite que se deja influir por estos seres. ¡Como si dejarnos seducir por lo que nos rodea fuese algo novedoso!

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Voy a romper una lanza a favor de los influencers, he tenido miles en mi vida, unos me han marcado mucho y otros han sido de momentazo pasajero, pero con todos me he emocionado. Comienzo por mi infancia, mi entorno familiar y su ascendiente sobre mi pequeña persona.

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Mi gusto por los zapatos viene de mi abuela paterna que tenía adicción por ellos. Elegía su ropa a partir del calzado, era lo más importante de su outfit. Podría pensar que esa pasión compartida es genética pero recuerdo oírla hablar sobre calidades y ver como se cambiaba de calzado para conducir. Cuando tuve cierta edad, me daba dinero por mi cumpleaños y me animaba a patearme las mejores zapaterías de la ciudad buscando algo que me entusiasmase y que me quedase como un guante. Me atrevo a decir que me dejé influir.
A ella le debo también el placer de cocinar con muchas especias o el preferir tomar el café en vaso, aunque no en cualquier vaso.
Mi otra abuela, la de Bilbao, con su bacalao al pil pil, su marmitako o su ‘importante que haga chup chup lentamente’ fue igual de responsable de mi gusto por liarme entre fogones.

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Mi afición a todo tipo de cremas y potingues se la voy a atribuir a mi madre. A mi madrina el descubrir que desde la calma y sin gritar se puede manejar un imperio, aunque sea pequeñito y no ocupe más que el espacio de tu casa. 
A mi hermano distinguir los coches por marcas, modelos y motores…. Y no sólo por colores. A la pequeña de la casa le debo haber alargado un poco más mi infancia jugando con muñecas a pesar de ser ya “mayor para eso”.

Convivir con una biblioteca abarrotada, pilas de novelas  al lado de cada cama o del sofá y hasta varios ejemplares en el baño, supongo que ayudó un poco a que me interesase por la lectura. Mi padre me compraba libros o me iba prestando los de su estantería según creía que iba teniendo edad para entenderlos y para disfrutarlos.

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Del colegio recuerdo a la guapa de la clase, a la simpática o a la que tenía pelazo. Yo quise tener flequillo, gafas y escayola, a los diez años ese kit me parecía lo más cool.

Con mis amigas del alma quise mimetizarme, a saber quien influía en quien en esa época en las que todas llevábamos los mismos rizos, la misma trenca y las mismas hombreras. No hubiese sabido cómo transmitirlo entonces pero sentirme parte de esa tribu fue muy importante para mi.

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Luego estaban las mayores, esas a las que todo les quedaba fascinante, el cantante de moda de turno, la hermana de mi vecina, la actriz que salía en la tele o cualquiera que me pareciese especial y se me cruzase por la calle.

Podría deciros que ya no me dejo influir pero mentiría como una bellaca. Disfruto con premeditación y alevosía de múltiples superficialidades.
Me dejo seducir por cualquier cosa que me produzca una emoción positiva. Lo mismo me enamoro de unas botas moteras, de una libreta fucsia o de un filósofo renombrado del que yo nunca había oido hablar.

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Me inspira una obra de arte, un cuadro abstracto en colores pastel, una pintura impresionista, una buena conversación, una persona con intereses distintos a los míos y otra con gustos parecidos.

Me encanta dejarme empapar por el entorno, lo que no significa que pierda mi esencia ni que me llame la atención cualquier cosa que surja a mi alrededor.
Me atraen objetos , personas e ideas que yo considero bonitas. Me declaro absolutamente influenciable y creo que eso es parte de la gracia de vivir en sociedad.

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Soy de naturaleza optimista pero también tengo de vez en cuando un día tonto, en ese momento soy más impresionable todavía, entonces hasta la lluvia o el frío me hacen vulnerable.
Conozco muchas de las cosas que contribuyen a mejorar mi estado de ánimo y me dejo influir por ellas. 

El deporte me sienta de maravilla, así que si alguien me sugiere salir a correr, dar un paseo o acompañarle a la piscina, soy fácil de convencer.
Juego a disfrazarme con la falda o el peinado tendencia, sólo por curiosidad de cómo me veo con ello.
Me cargan de energía las personas que trasmiten buen rollo, así que procuro impregnarme de su halo.

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Igual que me consiento entregarme de vez en cuando a cualquier placer superficial sólo por pasar un rato entretenido, me permito discrepar y obviar lo que no me produce ningún tipo de emoción.
Procuro no olvidarme nunca del sentido común, hasta cuando decido hacer una locura o me dejo llevar por la marea. 

Bienvenidos influencers e influencias, sin perder de vista que sólo son eso. Todo en su justa medida …. y cuál es esta es una decisión personal e intransferible.


Sobre la autora: 
Ingrid Pistono, licenciada en Psicología con Máster en Psicoterapia del Bienestar Emocional.
 

Ingrid Pistono
Ingrid Pistono, licenciada en Psicología con Máster en Psicoterapia del Bienestar Emocional.


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