Y aquà por hielo se entiende nivel de frialdad e indiferencia que alcanza la emoción de El Cachorro al ponerse los patines que le han regalado.
Hoy, que ya han pasado los suficientes dÃas muertos del asco en su caja, decido que los estrene. Asà que nos bajamos, no sin antes pasar por el trastero para coger los mÃos, que hacÃa DIECISIETE AÑOS que no me los ponÃa, y nos los colocamos en el patio. La cosa se antojaba peligrosa.
Pero, en cuanto a mÃ… ahà voy. Más o menos me manejo. Y eso que recuerdo como si fuera ayer por qué los dejé aparcados, y fue porque pillé una cuesta en El Retiro que parecÃa no acabar nunca, pero sà que lo hacÃa: en una de las salidas del parque a la carretera. Yo veÃa cómo me dirigÃa, o más bien precipitaba, hacia esa «meta», pero no sabÃa parar, no podÃa, desconocÃa cómo hacer funcionar los frenos, y valorando cómo querÃa morir, si atropellada o de un golpe, me incliné por la caÃda morrocotuda, asà que hice un requiebro en forma de parábola por si sonaba la flauta y asà conseguÃa ir hacia arriba y podÃa detenerme pero, como era de esperar, la vÃa por la que me deslizaba con ese trepidante acelere no tenÃa anchura suficiente, y en vez de disminuir la velocidad, me pegué EL TOÑAZO de mi vida. Sangre, dolor, gente rodeándome preocupada, llamada llorando al que era mi novio para que me viniera a recoger, rodillas a la virulé… y patines a guardar bajo siete llaves. Hasta hoy.
Bueno, pues yo encantada de la vida y mi hijo…
Ojo a la cara de pasión de El Cachorro con sus patines nuevos. Y disfrazado de paje, que hoy ha ido asà al cole y no le hemos cambiado. Qué estampa.
No hemos triunfado nada. Más que intentar patinar, se ha dejado llevar en volandas. Vamos, que para cuando se quiera volver a poner los patines, le han crecido los pies y los tenemos que dar.