Que lo voy a recoger al colegio y me salta El Cachorro:
– Tengo una noticia buena y una mala.
– A ver, la mala. – Se mete la mano en el bolsillo derecho de la cazadora.
– La mala es esto.
Y es el tirador de la cremallera, roto.
– Y la buena es esta – se mete la mano en el bolsillo izquierdo y me saca una especie de pasta de miga de pan o de fondant o de vete a saber qué, de color mezclado e indeterminado, como cuando haces una bola con varios colores de plastilina.

Yo no le veo la buena noticia por ningún lado. “Es una estrella”. “Un poco chuchurría”, he pensado. Y he tenido que hacer como que esa estrella de verdad contrarrestaba el hecho de que se había cargado la cremallera del abrigo.
Estos niños cada vez más sofisticados con sus estratagemas para aplacar iras de madres.
A mí, en estrategias, deberían darme clases. Porque no sé cómo colarles las cosas. Sin ir más lejos, algo más tarde, le pregunto a Don Bimbas:
– Cariño, hoy tu hermano ha ido vestido de rojo para la función de Navidad y mañana a ti te toca ir disfrazado. ¿Quieres ir disfrazado de Papá Noel?
– ¡Sí! – me contesta muy convencido. Y él y yo sabemos que el disfraz de Papá Noel sí, se lo va a poner… a su madre de sombrero.
No obstante, la esperanza es lo último que se pierde, dicen. Así que me voy al trastero a por el disfraz, y cuando subo y se lo enseño…
– ¡Mira, cariño, el disfraz de Papá Noel, con barba y todo! ¿Te gusta?
– ¡No!
¿Cómo me ha salido tan cabrito?

– Pues mañana van a ir todos los amiguitos disfrazados menos tú. ¿Seguro que no quieres ponértelo? – insisto.
– ¡No!
Y es que, de verdad, SE LA PELA.
Tampoco quiso decorar en su día una estrella de papel como el resto de sus compañeros para colgarla en el techo de clase, y la tuvo que pintar El Cachorro. Así que mañana mucho me temo que cuando la profe nos mande la foto grupal de la clase, estarán todos los peques monísimos y para comérselos, de duendes, árboles de Navidad, pastorcillos y tal, y este mameluco de uniforme, más soso que una calabaza.

Qué rabia.