Si fuera vosotras, entraría en el baño detrás de mí y mis hijos. Con tal de que no se sienten en una taza salpicada de pis, me casco una limpieza exhaustiva.
Si no hay un grifo cerca en el que mojar el papel higiénico, escupo en la taza. Y paso el papel por encima. Que a veces El Cachorro me echa en cara: “¡Hala, saliva, qué asco! ¿Por qué escupes?” Y entonces yo le digo que qué prefiere, sentarse sobre gotas de pis de desconocidos o sobre una taza que se ha limpiado con saliva y se ha secado.
Por no hablar de que la saliva, de toda la vida, es el desinfectante natural. Tú te haces una herida contra un suelo lleno de piedrecitas sucias, y ¿qué haces? Chuparte. Y remediado todo. Pues, hale, a ensalivar la taza.
Pero vamos, menudos restregones. Me empleo de lo lindo. Paso y repaso encima y por los bordes, exteriores e interiores. Dudo que me quedara más limpio con lejía y un estropajo. Envidio a las que entran detrás de nosotros, la verdad.