Contaba hace poco que la manera que tiene Don Bimbas para manifestar su contrariedad es desnudarse.
Pues bien, está sofisticando la técnica para sacarme de mis casillas. Ahora se mea. Se mea adrede, nada de “es que es pequeñito”. SE MEA EN MI JETA. Si puede ser mirándome fijamente a los ojos en plan “mira lo que hago”, mejor que mejor.
No os creeréis lo que me hizo no hace ni una semana. Va y se tuerce por alguna tontuna (soy una desmemoriada y no recuerdo qué tontuna era) … yo qué sé, podría haber sido porque le dijera, y además de buen rollo: “Cariño, no pases el coche por la pared, ¡que los coches van por el suelo, hombre!” Eso es motivo suficiente para revirarse total. Para quedarse quieto, mirando al infinito fijamente, fruncir el ceño y hacerse el sordo.
La anécdota no fue esa porque ya venía yo calentita por alguna otra que me había liado, puede que porque se hubiera meado previamente hacía hora y media, y no estaba como para decir de buen rollo nada de nada. Total, que se rebota y se empieza a hacer pis encima. Le meto un grito. Lo corta. Lo llevo al baño en volandas y lo intento sentar en el váter. El tío empieza a revolverse de mala manera, a poner la espalda en arco, que no había forma de sentarlo. Era una lucha con la niña de “El exorcista”. Le pido que haga pis ahí. Dice que ¡NO!, ¡NOOOOOO! Así que decido no forzarlo y lo dejo ir. Me quedo recogiendo su calzoncillo y el pantalón ligeramente mojados por el pis, voy hacia la cocina, y cuando me asomo al salón me lo encuentro sentado a lo indio en el sofá, mirándome como si quisiera asesinarme. PERO, me fijo… ¡¡¡y veo el sofá totalmente mojado!!! ¡¡¡¡Y el tío ahí plantado encima con una chulería que no la he visto yo nunca!!!!
Buenobuenobueno… No os cuento mi reacción porque fue absolutamente desproporcionada y no me siento orgullosa. Bueno, desproporcionada igual no, porque el cabreo y las consecuencias estaban a la altura de las circunstancias. Entre otras cosas, juré como nunca en mi vida y el mito de “mamá no dice palabrotas” de El Cachorro se vino abajo. Ni en una cárcel colombiana se escucha lo que yo solté en ese salón. Pero no se puede reaccionar como yo lo hice. Y aún me siento culpable. Aunque quizá con suerte haya conseguido que no vuelva a ocurrírsele retarme de semejante manera. Mecagüen el crío, QUÉ SANTOS COJONES TIENE.
Y digo que espero que no vuelva a retarme de semejante manera, es decir, específicamente meándose en el sofá, porque he de ser realista y asumía que lo de mearse lo iba a seguir haciendo. Vamos, lo tenía clarinete.
Sin ir más lejos, hoy. Se despierta de la siesta. Me pide una galleta y le digo que no, que va a cenar seguidamente y que nada de galleta. Son las ocho de la tarde. Veo que se agarra el pito mientras está llorando porque no se la doy. Le pregunto si quiere hacer pis. Me dice que no. Se lo vuelvo a preguntar. Me dice que no. Le digo de ir al baño y le intento coger la mano. Se suelta. Le cojo aúpa y, ZAS, se hace pis. Se moja él, me moja a mí y moja el suelo.
Es que me lleva al límite, el tipo.
Hoy, que por cierto lo he recogido del cole y me lo han devuelto no con el uniforme con el que le he dejado esta mañana, sino con ropa de cambio. “Es que ha tenido un escape, pero no pasa nada” me dicen, ¿verdad, cariño?”, dirigiéndose a él. “Cariño” estaba ya en los columpios y el que se le hubiera escapado el pis SE LA PELABA. Y dudo yo que haya sido un escape, claro.
ME REVIENTA.
De verdad que no sé muy bien cómo manejar esto, porque me pongo del higadillo. Estoy por ponerle pañal de nuevo. Qué mala gaita, por favor. Voy a desarrollar una úlcera o algo, os digo. A mí esto me pasa factura sí o sí.