Bueno. Bueno, bueno, bueno la tragedia.
Voy a recoger a los niños al cole y El Cachorro me dice: “Jimena y yo ya no somos novios”.
– ¿¡Cómo!?
– Pues eso.
– ¡Pero bueno, ¿qué ha ocurrido?!
– No sé.
– Bueno, algo habrá pasado, porque si ayer te escribe una carta con un corazón, algo ha tenido que suceder.
– No sé. Ha venido llorando y me ha tirado esta pelota de papel en la cara.
Abro el papel.

BUENO, BUENO, BUENO. ¡¡Un corazón roto!! Esta niña es de un gráfico (y un trágico) que no se puede aguantar. Y también ha debido de ver muchas películas. Y no sé si estoy preparada para tan precoces escenas de desamor…
– Vamos a ver, ¿así, de la nada, ha venido y te ha tirado esto? ¿A la cara?
– Sí.
– ¿Tú le has dado tu carta?
– No.
– Ahí va, ¿¿por qué no??
No contesta.
– A ver – hay que sacárselo todo con sacacorchos –. ¿Has llegado a hablar con ella antes?
– No.
– ¿La has visto?
– Sí.
– ¿Y la has saludado?
– No. – Ya estamos.
– ¿Y por qué no la has saludado?
– Porque estaba con mis amigos.
– ¿¿Y??
– Me daba vergüenza.
– Jo, ya, cariño, pero entiende que ella te ha escrito una carta superbonita y se supone que sois novios, y resulta que al día siguiente ni la saludas, imagina cómo se tiene que sentir… ¿Por qué no le has dado la carta?
– Porque no he podido ir a la biblioteca…
– ¿¡Cómo!? ¿¡Que no has aparecido en la cita!?
– ¡No, porque tenía Educación Física y estábamos en otro patio! – Madre mía, qué sucesión de contratiempos, dignos de una peli romántico-dramática de primer orden.
– ¡Acabáramos! ¡Pero hombre, piensa cómo tiene que estar! ¡Te escribe una carta, te dice de veros y al día siguiente ni la saludas ni vas!
– ¡Que no he podidoooo! – Está disgustado.
– Ya, ya lo sé, cariño. No te preocupes, que tiene solución. Mañana vas y le explicas lo sucedido, y le das la carta.
También le digo lo de que no hay que avergonzarse ni de novias, ni de amigos, ni de hermanos ni de nada.
– Ya, pero es que le dije un secreto a Alberto (nombre ficticio) – que es su mejor amigo – que es que tenía novia, y se lo dijo a Bruno (nombre ficticio).
– Pues dile a tu amigo que los secretos no se cuentan, a ver si se entera.
Madre mía, cuántos frentes abiertos tenemos.
En fin, a ver si mañana empezamos a desfacer este entuerto, porque, vaya.