Aquà el pitufo decide que se va, ¡y se va! Y no mira atrás ni por asomo.
Ah, ¿que no lo veis? Esperad, que os lo acerco y señalo.
Pues eso, en el quinto pino y ni mira. ¡Ni una vez! Le da igual si estás como si no. Él, a lo suyo. Y os aseguro que se puede ir lejos, muy lejos (muchÃsimo más).
De hecho en una de esas veces quise escarmentarle. Lo seguà en la distancia. Muy alejada de él pero cual detective profesional (me faltaba el periódico con ojos). Él, de aquà para allá, por toda la playa, metiéndose en charcos y preocupando a los otros padres, que se pensaban que estaba solo. Yo, todo el rato detrás de él y moviéndome de tal forma que estuviera colocada a su espalda. No me tenÃa que ver. Se tenÃa que dar cuenta en un momento dado de que estaba solo y asustarse. Y asà aprenderÃa la lección.
Oye, pues no. Igual estuvimos asà media hora, y no exagero, hasta que me cansé de acechar de pie y descubrà mi posición. Él, como si siempre hubiera sabido que yo estaba ahà con él, sin sorpresas ni aspavientos, como si nada. Un fracaso total.
Luego no sé por qué monta los pollos que monta cuando lo dejamos en la guarderÃa.
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