Uno de los entretenimientos del nene es patalear. Lo echas en la cama después del baño para darle crema y patalea. Y tú le avisas: “Cuidadooooo”. Pero él, como si oyera llover.
Esta noche me sacudió sin querer (eso quiero pensar) un patadón en la boca que me dejó bizca. Yo me quejé y llevé la mano a la boca y el nene se quedó como paralizado. Porque él es muy sentido. Si ve que alguien sufre, o en especial que yo sufro, se queda todo compungido y te pregunta con voz lastimera: “¿Qué pasa, mamá?”
Esta vez ni preguntó de cómo me vio de fastidiada. Ahora, yo cuando me recuperé seguí con la crema y le puse el pijama, y él no ha ofreció ninguna resistencia, como acostumbra. Callado como una tumba. Conmigo en silencio y el ceño fruncido no se atrevió a mover una pestaña.
De ahí al baño a lavarse los dientes y, de nuevo, de un obediente que tiraba de espaldas. Y a la cama sin rechistar.
Vamos, que estoy por poner a diario mi jeta en la trayectoria de su pierna para que el infierno de ir a la cama se convierta en un paseo por las nubes.
¡Ahí viene! ¡A ver dónde me colocoooooo!
Compensa.