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En busca del paraíso

Un cambio radical

29/01/2020
La idea de paraíso ha ido variando a lo largo de la historia. Al principio era un lugar magnífico donde había caza y agua, hacía buen tiempo y todo estaba lleno de florecillas, de pajaritos y de cascadas bucólicas.
Era la época en la que los humanos nos refugiábamos en cuevas y salíamos a cazar cualquier animal que se moviese o masticábamos alguna raíz cuando nos dolía el estómago de hambre.

Todo muy idílico, una naturaleza exuberante y un tiempo fantástico, pero lo de la hoja de parra nos daba muy poco juego a las féminas, deseosas de algún otro complemento con un poco más de glamour.

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Por suerte evolucionamos, el cerebro consumió tiempo y energía para desarrollarse y fue capaz de inventar un montón de cosas para hacernos la existencia más sencilla y menos dolorosa.

Dejaron de mordernos las chinches, ideamos unos espacios para vivir super confortables, parimos sin dolor y hacemos fuego con sólo tocar un botón. Así es la evolución, un lujo. 
Aprovechamos nuestro ingenio para idear mil formas de no mover el culo, conseguimos comer caliente y blando, inventamos los zapatos y los peinados complicados pero favorecedores.

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Dejamos de tener hambre cuando en lugar de caminar varias días para engañar a una gacela coja pasamos a ir en coche hasta el supermercado. 
Nos volvimos educados, empezamos a comer sobre una tabla con cuatro patas, con cubiertos, unos platos ideales y con el agua a demanda y a la temperatura adecuada.

Multiplicamos por cuatro o por cinco el número de ingestas al día pero no dividimos la cantidad de la misma manera. Organizamos el tiempo en horas y todos empezamos a tener claro cuánto y cuándo necesitábamos dormir y cuándo y cuánto debíamos comer. 
Un lujo, por fin habíamos alcanzado el paraíso.

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Qué diría mi tatarabuela, esa que vivía en las cavernas, si le explicase que cuando tenemos frío lo solucionamos con elegancia y glamour.
Nada de ponernos cualquier pellejillo ensangrentado y maloliente, nos vamos de compras y elegimos por colores, por texturas o por cualquier otra estupidez  que se nos ocurra. 

Mi bisabuela, esa que ya comía caliente y se movía en burro, ya sabría de qué estoy hablando. Ella también estrenaba algún que otro trapo de pascuas a ramos.

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¡Cómo disfrutarían ambas!, eligiendo modelito sin pensar si se iba a manchar de sangre o de barro, por que también tenemos lavadoras. Además, si nos cansamos de la prenda en cuestión, renovamos.

Qué locura, ropa a tutiplén, colecciones nuevas todas las temporadas, a gastar a lo loco, cada mes, cada estación, cada año. 

Tatarabuelas y bisabuelas estarían de acuerdo en afirmar que, por fin, hemos encontrado el paraíso. 

Abuelas, siento deciros que no es oro todo lo que reluce, que este derroche y desenfreno tiene un pequeño detalle en el que no os habéis fijado porque en vuestra época tampoco había de eso.

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En nuestra sociedad moderna, alegre, superficial y confortable probarse trapitos no siempre es un placer. El infierno ha conseguido cargarse el paraíso colocando en todas las prendas sus etiquetas llenas de tallas. Horrible.

Hay quien sonríe si se prueba la ropa, le cabe y en la etiqueta pone 40. Ese día se va feliz a su casa. En cambio, si pone 42, huye del lugar, se encierra en su guarida y quiere evitar el contacto con cualquier otro miembro de la especie.
Hay quien salta de alegría y sale cargada de bolsas con prendas donde pone 42. El drama para éstas sería que pusiese 44.
No hay un número bueno, a la mierda el tan ansiado paraíso.

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Todavía tienes la opción de pasearte sólo con una hoja de parra, se disfruta de lo lindo si has tenido la dicha de enfermarte, envenenarte o cualquier otra circunstancia que te haya llevado a vomitar o te haya dado cagalera. Sólo enseñar hueso puede justificar el ir así de descocada.

Tanta evolución, tantos descubrimientos y tanto de todo y todavía no hemos encontrado el chip que nos haga estar felices en nuestro cuerpo. Ay, dichosas tallas y dichoso ansiado paraíso.


Sobre la autora: 
Ingrid Pistono, licenciada en Psicología con Máster en Psicoterapia del Bienestar Emocional.

 

Ingrid Pistono
Ingrid Pistono, licenciada en Psicología con Máster en Psicoterapia del Bienestar Emocional.


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